por José María Amigo Zamorano,
Las Navas del Marqués, 1994
Acodado en la crin que el viento mueve contempla inquieto las luciérnagas, mientras su caballo galopa veloz con lealtanza.
Se regocija al ver como va abriendo brecha en los muros oscuros que, de vez en cuando, le cierran el paso.
Presiente que el camino va a ser largo y difícil, por eso no desdeña los frutos que le ofrecen las gentes del lugar por donde pasa.
Las luciérnagas no tienen el poder suficiente, mas él agradece su luz y las anima a seguir alumbrando.
Por eso espolea a su caballo que relincha de dolor. Reconoce que no se merece un trato tan brutal y acaricia su cuello con dos suaves palmadas.
Pero está un poco nervioso. Tiene que llegar. Lo ha prometido.
Su esfuerzo es más heroico, aún si cabe, en esa noche oscura, al guiarse sin el perfume y colorido de las flores que están como muertas.
Una pareja se besa a la luz de la luna. Le miran pasar sonrientes. En su sonrisa hay un destello solar que él esperaba y que, no obstante, agradece porque remoza sus recuerdos, debilitados por la larga espera.
Con esa experiencia amorosa ya puede combatir las trampas que, sin duda alguna, le tenderán mas adelante.
Ahora ya, sereno, se agarra con una mano a la crin y la otra al viento, mientras sigue contemplando la humilde luz de las luciérnagas.
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