lunes, 19 de noviembre de 2012

Ramón Alirio Contreras: Calle 11 (*)


 Ramón Alirio Contreras (Caracas, 1974)

El poeta Iván Cruz (Ciudad de México, 1980) nos presenta una muy valiosa selección de poetas venezolanos de las últimas promociones, la poesía que se ha escrito durante el gobierno de Hugo Chávez. Asimismo nos ofrece una nota introductoria para acercarnos a esta importante tradición lírica.


Calle 11

(*) a la memoria de Salvador Allende



hay una calle que no me atreví nunca a transitar

tenía esquinas invisibles

perros salvajes que saltaban de la nada

mis hermanos se armaban de palos y piedras

pero al menor ladrido todo se estrellaba contra el piso

los corazones latían a mil

y la respiración devenía crisis de asma

esa calle muerde la memoria

se instala con sus dientes como perro a las piernas frágiles de un niño

tiene un nombre extraño

que muchos se empeñan en ver de otro modo

es una fecha de septiembre

de un año anterior al mío

en ella todavía suena un silbido

que rompe el aire

una sombra la cubre siempre

la hace venir a menos

todos callan cuando la cruzan

y cambian la mirada

en esa calle van y vienen

los nombres

            los disparos

                        los golpes

las rejas de las casas

que no volvieron a abrirse

en esa calle habitan

sueños rotos y pesadillas

la inocencia de un hombre

que quiso creer que se podía

por ella desfilan las manos vacías

van y vienen los afiches amordazados

con rostros que se fueron

con nombres que ya nadie puede pronunciar

pero que están escritos en las paredes de la calle

            para siempre en el silencio

                        en la memoria.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Pablo Neruda: Al oeste de Colorado River (*)


Al oeste de Colorado River
hay un sitio que amo.
Acudo allí con todo lo que palpitando
transcurre en mí, con todo
lo que fui, lo que soy, lo que sostengo.
Hay unas altas piedras rojas, el aire
salvaje de mil manos
las hizo edificadas estructuras:
el escarlata ciego subió desde el abismo
y en ellas se hizo cobre, fuego y fuerza.
América extendida como la piel del búfalo,
aérea y clara noche del galope,
allí hacía las alturas estrelladas,
bebo tu copa de verde rocío.

SI, por agria Arizona y Wisconsin nudoso,
hasta Milwaukee levantada contra el viento y la nieve
o en los enardecidos pantanos de West Palm,
cerca de los pinares de Tacoma, en el espeso
olor de acero de tus bosques,
anduve pisando tierra madre,
hojas azules, piedras de cascada,
huracanes que temblaban como toda la música,
ríos que rezaban como los monasterios,
ánades y manzanas, tierras y aguas,
infinita quietud para que el trigo nazca.

Allí pude, en mi piedra central, extender al aire
ojos, oídos, manos, hasta oír
libros, locomotoras, nieve, luchas,
fábricas, tumbas, vegetales pasos,
y de Manhattan la luna en el navío,
el canto de la máquina que hila,
la cuchara de hierro que come tierra,
la perforadora con su golpe de cóndor
y cuanto corta, oprime, corre, cose:
seres y ruedas repitiendo y naciendo.

Amo el pequeño hogar del farmer.
Recientes madres duermen
armadas como el jarabe del tamarindo, las telas
recién planchadas. Arde
el fuego en mil hogares rodeados de cebollas.
(Los hombres cuando cantan cerca del río tienen
una voz ronca como las piedras del fondo:
el tabaco salió de sus anchas hojas
y como un duende del fuego llegó a estos hogares.)
Missouri adentro venid, mirad el queso y la harina,
las tablas olorosas, rojas como violines,
el hombre navegando la cebada,
el potro azul recién montado huele
el aroma del pan y de la alfalfa:
campanas, amapolas, herrerías,
y en los destartalados cinemas silvestres
el amor abre su dentadura
en el sueño nacido de la tierra.

Es tu paz lo que amamos, no tu máscara.

No es hermoso tu rostro de guerrero.

Eres hermosa y ancha Norte América.
Vienes de humilde cuna como una lavandera,
junto a tus ríos, blanca.
Edificada en lo desconocido,
es tu paz de panal lo dulce tuyo.
Amamos tu hombre con las manos rojas
de barro de Oregón, tu niño negro
que te trajo la música nacida
en su comarca de marfil:
amamos tu ciudad, tu substancia,
tu luz, tus mecanismos, la energía
del Oeste, la pacífica
miel, de colmenar y aldea,
el gigante muchacho en el tractor,
la avena que heredaste
de Jefferson, la rueda rumorosa
que mide tu terrestre oceanía,
el humo de una fábrica y el beso
número mil de una colonia nueva:
tu sangre labradora es la que amamos:
tu mano popular llena de aceite.
(...)
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(*) De 'Canto general', capitulo 'Que despierte el leñador'