miércoles, 19 de diciembre de 2007

Shelley: ADONAIS (elegía a la muerte de John Keats)

Cuál enjuagó los delicados miembros
desde la norma de estelar rocío
y embalsamó su cuerpo; cuál ceñía
a sus rizos espesos la anadema
como depositando una corona
engastada con perlas de su llanto;
cuál quebrantó las flechas, rompió el arco,
consciente del dolor que la oprimía,
atajando con pérdida más débil
la pérdida mayor amortuguando
el fuego agudo contra el rostro frío.

(adaptación de Altolaguirre)

martes, 11 de diciembre de 2007

José Mª Amigo Zamorano y el 'Album familar' de Urbano Blanco Cea

Los poetas del camino, los poetas andariegos, los romeros (León Felipe, Machado) ven al mundo con la mirada de alguien que quiere echar alguna vez el ancla. Tener un hogar confortable y sentarse junto al fuego del hogar, al abrigo del frío, con rechizos de leña encendidos, al tiempo que acarician a sus lebreles de caza que dormitan acunados por el fuego, por esa lumbre que chisporrotea, ahí cerca. Solo el espíritu inquieto le hace levantarse y proseguir su andadura. Es un mundo visto desde fuera al que las gentes invitan, en un rasgo de hospitalidad, a entrar en la casa.

Allí contemplan el dolor de los hijos por la muerte de sus progenitores. Ven sus arrugadas frentes oscurecidas por la tristeza del ser amado que se ha ido para no volver jamás. El llanto corre de estancia en estancia. Se fue "la fortaleza de la madre" y "la mansedumbre del padre". El fuego también es testigo del dolor. Y testigo de las condolencias de los amigos y vecinos que, a ambos lados del pasillo, se alinean apoyadas las espaldas contra la pared.

En su poemarío 'El Alijar jara en flor', libro de poemas de Urbano Blanco Cea, que ya hemos comentado en otras ocasiones, hay una parte que rotula con el título 'Reunidos junto al fuego (del album familiar)' comienza narrando su dolor en el poema 'Padre contrito' en el que dice: "Miera de hiel incandescente/se desliza corrosiva por mis venas".

Como los poetas romeros (no de romerías) Urbano Blanco Cea regresa de cuando en cuando a la vieja heredad, recuerda el fuego que concita y reune a las familias en momentos transcendentes, y la muerte es uno de ellos; más el fuego es más multilateral, siendo, por ejemplo, testigo de la llegada del abuelo, de la madre, del hermano, del hijo: "Has llegado y parece que se han abierto los postigos" a la alegría, a la risa...

Es lo que él llama "un hogar tranquilo, una casa sencilla"; todo ello recuerdo de los familiares como un bálsamo: "El amor que sabe a luz". Y ante eso el fuego estalla en risas, avivándose y chisporroteando. Podemos decir, como Urbano: "Yo sé bien que tu vida es poesíaU un poema logrado verso a beso". "Tu tienes el poder de abrir el aire". Tanto que hasta sabe que "los mayores solo quieren/que alguien les escuche". Y, escuchando, aprender que la vida es lucha.

Los sentimientos se expresan con más claridad en esa intimidad que proporciona una reunión en torno al fuego del hogar. Y aquella mujer, anciana, al que todos escucharon, lo dijo también a la vera del fuego, con claridad meridiana, para que nadie crea que todo es de color de rosas: Mira mis manos, "son manos de bondad, pero por ellos (por mis hijos) dispuestas a luchar, no sé que harían". Y "llegaba el silencio". Los poetas del camino se levantan. Han visto y han oído. Saludan a Urbano Blanco Cea y prosiguen su camino. "Nihil novum sub sole".

sábado, 8 de diciembre de 2007

Blancho Chivite reseña 'La década oscura'

Reseña:
Título: La década oscura (1940-1950)
Autor: Luis Garrido
Editorial: VOSA
Ciudad: Madrid
Año: 1994
(donado por el Ayuntamiento de Las Navas a su biblioteca pública)

La 'Década oscura' comienza en Las Navas del Marqués y nos habla del tiempo y el lugar en el que aconteció su origen –el de Luis Garrido, su autor- su nacimiento al trabajo, a los libros y a la escritura: la España de 1940 a 1950. E incluso, antes, cuando Genaro, el ganadero de Las Navas, encuentra ‘caminando por la carretera a un mozalbete que huye de los borregos’. Son recuerdos grises tirando en demasiadas ocasiones a negros, matizados por el ansia de vida y saber de un muchacho dedicado desde los trece años a ganarse los garbanzos y aprender por el viejo método de ‘compóntelas como puedas’.
La vida de Luis Garrido ha sido trabajo, duro trabajo, escritura y libros. Libros en el más amplio y completo sentido de la palabra: los ha escrito, editado, vendido… Librero desde hace muchos años, lo sabe casi todo del mundo del libro.
Pero, sobre todo, es escritor. Su obra ha sido juzgada, criticada, justamente elogiada y reconocida en cada nueva entrega. Sus novelas y libros autobiográficos se sitúan en la gran tradición novelística española que va desde Cervantes y la picaresca a Galdós, Baroja y a los grandes narradores de fondo de hoy día.
Allí, en la calle Hermosilla, de Madrid, tiene su librería Luis GARRIDO. Madrugador e inquieto, se ha hecho, durante años, sus diez o doce folios diarios. Allí fue destilando los recuerdos de ‘La década oscura’, ‘aquella época’ ominosa, fatal, triste, de gris y de sangre…
‘Era una época difícil… solo con que alguien pareciese policía te echabas a temblar…’.
Si se cantaba era ‘porque cantar siempre ayuda a pasar calamidades’. Tiempos en que ni Caperucita ni los pimientos podían ser rojos, sino ‘colorados’; en los que se apreciaba un número capicúa en el billete del tranvía porque… ‘la única esperanza de mejora para la gente era la suerte y un capicúa se tomaba como símbolo de un afortunado presagio’.
De ‘aquella época’, de aquellos trabajos, de aquellos temores –‘ten cuidado, hijo, ya ves lo que la ha pasado a tu padre’- de aquellos silencios a hierro y fusil, de aquellos sudores anónimos, ha extraído Luis Garrido este libro. Nos cuenta su vida, sólo eso, nada menos que eso, y lo cuenta bien, construyendo cuidadosamente, línea a línea, un fresco traspasado de sangre, carne y hueso, voces, risas…
En la ‘Década oscura’ están los menos importantes, aquellos de quienes nadie habla a no ser, de tarde en tarde, algún escritor o algún poeta. Gentes sometidas, las que solo contaban para trabajar, producir y callar… las más importantes, las que levantaron el país y, de paso, sobre su esfuerzo, se hicieron las grandes fortunas del franquismo.
En esa década, pues, se fraguó la vocación y la voluntad de futuro de Luis Garrido y el carácter de un hombre trabajador, tenaz y sumamente observador con una memoria admirable, gracias a la cual, casi medio siglo después, ha podido darnos estas páginas.
Páginas que son el grito de ‘tantos jóvenes frustrados en sus estudios, en sus oportunidades, en sus posibilidades de futuro’, en unos momentos en que todo, cultura, canciones, cine, tebeos, cuentos infantiles, periódicos, NODO, discursos políticos, ‘encubría la realidad y el que trabajaba recibía migajas y los que estaban en la cima se comían el pastel’.
Luis Garrido a los 13, a los 14, a los 15 años, cuando recorría Madrid para ir a trabajar, tenía a su padre preso en la cárcel de Burgos, por política, claro está. Inició su andadura bajo el signo del trabajo precoz y aún hoy sigue en el tajo. no es mala síntesis.
‘Mi generación –escribe al final- se pasó la vida reconstruyendo sin tener apenas tiempo de juzgar si era buena o mala su actitud’.
Tampoco a nosotros nos toca juzgar; lo que la generación de Luis Garrido hizo posibilitó casi todo lo vino después, quizá todo. Y en este caso, y en nuestro país, si se puede decir que cualquier tiempo pasado (entre 1939 y 1975) fue peor; aunque, para muchos vaqueros de Las Navas del Marqués, ahora, el viento del Mercado Común Europeo le haya aventado parte –si no toda- de la cabaña ganadera.
Manuel Blanco Chivite, editor, periodista, autor de numerosas novelas, sobre todo negras, estuvo condenado a muerte en 1975 por el franquismo.

SE PUEDE LEER EN LA PÁGINA 26 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’ NÚMERO 5 DE JULIO DE 1996