Recordando a Baroja
El tiempo invernal ha llegado casi de repente. Ayer, mediados de noviembre, estábamos paseando por la Ciudad Ducal y subimos al Mirador de Eiffel, luego, a la vuelta, pasamos por la herida que, en el bosque de pinos de Las Navas del Marqués, abrió, por ahora hace un año, la usura inmobiliaria.
(Se nos olvidaba decir que este pueblo abulense, Las Navas del Marqués, tiene en su término municipal un barrio, La Ciudad Ducal, de ricos prohombres, comenzado a hacer en tiempos del dictador Franco. No son tan ricos, por ejemplo, como como los del barrio de La Moraleja, cerca de Madrid, ni tan bien situado; porque allí, en La Moraleja, los ricos, los patronos y otras gentes de 'bien vivir', tienen sus mansiones cerca de sus propiedades: fábricas, oficinas, bancos...; y de sus esclavos modernos, los asalariados, y en un santiamén pueden llegar rápidamente; y, si se les sublevaran, por un casual, llamarían a la policía antidisturbios para restablecer inmediatamente el orden clasista.)
(De modo que el barrio de ricos de La Ciudad Ducal, en Las Navas del Marqués 'Ávila', es inferior, en ese sentido, ya que está a unos cien kilómetros de la capital de España y allí no hay fábricas. Además, en medio del trayecto, se halla el puerto de la Cruz Verde, dificil de atravesar cuando las nevadas y los hielos arrecian. )
(Pero, eso si, son ricos también. Y saben esconderse de las miradas ajenas. Mires por donde mires el paisaje, subas a cerros, escales altos o te encumbres en atalayas no encuentras atisbos de este rincón, ni señal de que existe; a no ser que te des de bruces o te metas entre los pinos, entonces, si, vas viendo aparecer sus chalés. )
En el centro mismo se halla una torre, el Mirador de Eiffel en honor de su diseñador: el mismo que hizo la torre de París.
A ratos hacía calor y no presagiaba la ola de viento y nieve que, en estos momentos, contemplamos desde la ventana de nuestra casa.
Fuimos a enseñarle esa torre a nuestros parientes que nos habían venido a visitar desde Euskadi y, a la vuelta de ese paseo, como ya hemos dicho, acudimos a enseñarle el desastre ecológico que perpetraron entre un tal Palomo (empresario de Alicante) y el Ayuntamiento de las Navas. Fue un desaguisado famoso en toda España. El primer escándalo inmobiliario que se aireó. Luego, el resto de escandalosas corrupciones inmobiliarias, vino a rachas y luego en ráfagas constantes. Hasta hoy.
Rachas y ráfagas de viento que, hoy, traen, a las hojas amarillentas de los árboles, de un lado para otro, las levantan, las arremolinan, las amontonan en rincones o las estampan contra las paredes o los parabrisas de los coches.
Nuestros parientes se quedaron asombrados de la cantidad de pinos desaparecidos en solo tres días: 4 o 5.000. ¡Con que rapidez eran arrancados, desbrozados y cortados en trozos por las máquinas...! Y si no hubiera sido por algunos vecinos del pueblo, ecologistas, medios de comunicación y la justicia, hubieran seguido talando el pinar. Tenían el propósito de llegar, en poco tiempo, hasta 40.000. Es el cálculo de árboles que contiene esa zona del bosque navero donde pensaban hacer un campo de golf, miles de casas y un hotel.
Por el camino el sol calentaba. Un contraste de ayer a hoy tremendo. Las gentes pasan apresuradamente. Algunos corren. Todos se tapan la cara intentando que la nevisca no acaricie su rostro.
Luego los jueces ya no habrían podido arguir defensa de la flora o de la fauna porque habría desaparecido todo bicho viviente. Y es que el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León había prohibido realizar obra alguna en esa zona por ser ZEPA es decir zona protegida para la defensa del medio ambiente. ¡No eran tontos el Palomo y los dirigentes del ayuntamiento pepero de Las Navas del Marqués!
Ya muy de mañana el cielo apareció plomizo. A ratos nevaba. El suelo relucía. Brillo acerado de frío. Temperatura bajo cero. Todo ser vivo ha encajado el cambio como ha podido. Unos mejor y otros muy malamente.
Silver, nuestro gato, ha salido a la terraza y al poco arañaba la puerta para que le abriéramos. No he ha gustado el viento que venía del norte.
Hemos recordado, mirando por la ventana a esos que intentan refugiarse de esta ola helada, un escrito de Pío Baroja en el cual, de una manera descarnada, cruel, con una mezquidad sorprendente, se vanagloriaba del frío que estaban pasando los mendigos por la calle porque así se sentía él mucho más a gusto al calor de su casa. Nosotros... no sentimos ese placer, ese gozo. También es cierto que no somos eminentes. Ni famosos escritores. Ni hemos vivido ese tiempo suyo en el que, quizá, la miseria, la pobreza, el hambre, el frío, provocaran esa reacción de placentera complacencia. Estos son otros tiempos.
Con esto no queremos tapar las crueldades de la sociedad de principios del siglo XXI. No. Los seres sin techo, de cuando en cuando, aparecen ateridos de frío por las aceras. O muertos. Los hay. ¿Para qué negarlo? Sería como negar que hay ricos y pobres. Sería como negar que unos animales se zampan a otros o negar que continuamente hay personas y animales en el mundo que mueren.
Lo decimos porque no hace falta ser un genio para ver la realidad y reconocer que, en el mundo, hay seres que no tienen techo y mueren. Insistimos en ello para que no puedan motejarnos de paniaguados realizando panégiricos de esta mierda de monarquía, de esta democracia capitalista. No, en absoluto, la mierda es mierda y huele que apesta. Nuestros sentidos están para algo.
Lo mismo que nuestro gato sentía el frío. Lo sentimos nosotros. Eso si, reconocemos que no es lo mismo, no lo sentimos con la misma viveza que el que no encuentra algún hueco, resquicio, ventana, alero, agujero... en un día, como el de hoy, en la calle: el frío, dentro de casa, no es el mismo que fuera, a la intemperie.
Nuestros ojos no se engañan. Vemos a la gente andar deprisa, subirse las solapas de los abrigos, cuando los tienen, ponerse guantes, gorros. Otros ir de puerta en puerta, acurrucarse formando un ovillo. Como se ovillaba, por otra causa, llorando, a la puerta del chalé, ayer, aquel niño caprichoso porque quería que su padre le comprara un caballo. Y su padre le decía que no se lo podía comprar porque estaban cerradas las caballerizas.
No es nada extraño que alguien que tenga frío intente resguardarse de él. Pero en la calle uno nos ha llamado la atención y a nuestro Silver, también. Se para un momento, solo un segundo y se traslada a otro resquicio. Siempre indeciso. De modo que apenas aguanta tres segundos, y no llegan, para regresar al punto de partida.
Ha arreciado el viento. Las banderas ondean agitadas con fuerza. Y las ramas de los árboles se agitan violentamente. Ahora el viento trae la nieve que es como arenilla. Da en la cara de las gentes que transitan, ahí, en la calle y su rostro se retuerce de dolor. La llaman rabia. Efectivamente es rabiosa. Casi aulla como el viento. De gozo al morder la carne.
Seguimos el ajetreo de ese que intenta cogerse a una obrigada. Hemos mirado al principio con curiosidad, luego con cierta inquietud, para desembocar nuestro espíritu en una cierta angustia. No querríamos estar en su pellejo. En varios segundos había cambiado de aposento varias veces. Se le veía cansado. No el cansancio de esos, a los que vimos en el barrio lujoso de La Ciudad Ducal, que llegaban sudando de correr varios kilómetros, por puro deporte, con sus chandales multicolores, relucientes. Y con la toalla al cuello. Tampoco el cansancio, de los que venían en sus bicicletas, se parecía a este cansancio. Aquel era producto del placer y este una lucha por la supervivencia.
El el viento, racheado, aumentaba por momentos. Daba en los cristales de nuestra ventana haciéndolos temblar. El gato de la casa miraba asombrado lo que ocurría fuera. Los pocos que pasaban por la calle lo hacía deprisa, sin mirar a ese que se movía con más lentitud cada vez, aunque la distancia era de pocos metros. Incluso cuando era arrastrado por el viento quedaba como desmadejado. Se le agotaban las fuerzas por momentos.
¿Por qué no se habría ido con los demás?... ¿Qué le obligó a quedarse ahí enfrente?... ¿Pensaría que algún otro podía venir a rescatarlo? ¡Inocente! A nadie le importaba nada. Los únicos interesado por su ir y venir éramos nosotros. ¡Ah!, y un gato callejero que estaba cerca de una alcantarilla.
Volvimos a recordar a Baroja. Lo sentimos. No embargaba nuestro morral espiritual ningún sentimiento de bienestar, alegría o gozo o placer, esta contemplación del sufrimiento de un ser vivo. Qué se le va a hacer. ¡Ojalá fuéramos como él!
Al final hizo un último esfuerzo, levantó el vuelo hacia un ventanal apoyándose en el viento, pero, con tan mala suerte que lo lanzó de bruces contra el cristal, cayendo en la acera, lo que aprovechó el gato para avalanzarse sobre el pardal o gorrión, llevándoselo entre los dientes.
Aún aleteaba cuando el minino se metió en el agujero de la alcantarilla.
-"Así es la vida, Don Juan", decía Machado.
Y recordando a su amada, añadía:
-"Y lo que yo más quería el viento se lo llevó".
El tiempo invernal ha llegado casi de repente. Ayer, mediados de noviembre, estábamos paseando por la Ciudad Ducal y subimos al Mirador de Eiffel, luego, a la vuelta, pasamos por la herida que, en el bosque de pinos de Las Navas del Marqués, abrió, por ahora hace un año, la usura inmobiliaria.
(Se nos olvidaba decir que este pueblo abulense, Las Navas del Marqués, tiene en su término municipal un barrio, La Ciudad Ducal, de ricos prohombres, comenzado a hacer en tiempos del dictador Franco. No son tan ricos, por ejemplo, como como los del barrio de La Moraleja, cerca de Madrid, ni tan bien situado; porque allí, en La Moraleja, los ricos, los patronos y otras gentes de 'bien vivir', tienen sus mansiones cerca de sus propiedades: fábricas, oficinas, bancos...; y de sus esclavos modernos, los asalariados, y en un santiamén pueden llegar rápidamente; y, si se les sublevaran, por un casual, llamarían a la policía antidisturbios para restablecer inmediatamente el orden clasista.)
(De modo que el barrio de ricos de La Ciudad Ducal, en Las Navas del Marqués 'Ávila', es inferior, en ese sentido, ya que está a unos cien kilómetros de la capital de España y allí no hay fábricas. Además, en medio del trayecto, se halla el puerto de la Cruz Verde, dificil de atravesar cuando las nevadas y los hielos arrecian. )
(Pero, eso si, son ricos también. Y saben esconderse de las miradas ajenas. Mires por donde mires el paisaje, subas a cerros, escales altos o te encumbres en atalayas no encuentras atisbos de este rincón, ni señal de que existe; a no ser que te des de bruces o te metas entre los pinos, entonces, si, vas viendo aparecer sus chalés. )
En el centro mismo se halla una torre, el Mirador de Eiffel en honor de su diseñador: el mismo que hizo la torre de París.
A ratos hacía calor y no presagiaba la ola de viento y nieve que, en estos momentos, contemplamos desde la ventana de nuestra casa.
Fuimos a enseñarle esa torre a nuestros parientes que nos habían venido a visitar desde Euskadi y, a la vuelta de ese paseo, como ya hemos dicho, acudimos a enseñarle el desastre ecológico que perpetraron entre un tal Palomo (empresario de Alicante) y el Ayuntamiento de las Navas. Fue un desaguisado famoso en toda España. El primer escándalo inmobiliario que se aireó. Luego, el resto de escandalosas corrupciones inmobiliarias, vino a rachas y luego en ráfagas constantes. Hasta hoy.
Rachas y ráfagas de viento que, hoy, traen, a las hojas amarillentas de los árboles, de un lado para otro, las levantan, las arremolinan, las amontonan en rincones o las estampan contra las paredes o los parabrisas de los coches.
Nuestros parientes se quedaron asombrados de la cantidad de pinos desaparecidos en solo tres días: 4 o 5.000. ¡Con que rapidez eran arrancados, desbrozados y cortados en trozos por las máquinas...! Y si no hubiera sido por algunos vecinos del pueblo, ecologistas, medios de comunicación y la justicia, hubieran seguido talando el pinar. Tenían el propósito de llegar, en poco tiempo, hasta 40.000. Es el cálculo de árboles que contiene esa zona del bosque navero donde pensaban hacer un campo de golf, miles de casas y un hotel.
Por el camino el sol calentaba. Un contraste de ayer a hoy tremendo. Las gentes pasan apresuradamente. Algunos corren. Todos se tapan la cara intentando que la nevisca no acaricie su rostro.
Luego los jueces ya no habrían podido arguir defensa de la flora o de la fauna porque habría desaparecido todo bicho viviente. Y es que el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León había prohibido realizar obra alguna en esa zona por ser ZEPA es decir zona protegida para la defensa del medio ambiente. ¡No eran tontos el Palomo y los dirigentes del ayuntamiento pepero de Las Navas del Marqués!
Ya muy de mañana el cielo apareció plomizo. A ratos nevaba. El suelo relucía. Brillo acerado de frío. Temperatura bajo cero. Todo ser vivo ha encajado el cambio como ha podido. Unos mejor y otros muy malamente.
Silver, nuestro gato, ha salido a la terraza y al poco arañaba la puerta para que le abriéramos. No he ha gustado el viento que venía del norte.
Hemos recordado, mirando por la ventana a esos que intentan refugiarse de esta ola helada, un escrito de Pío Baroja en el cual, de una manera descarnada, cruel, con una mezquidad sorprendente, se vanagloriaba del frío que estaban pasando los mendigos por la calle porque así se sentía él mucho más a gusto al calor de su casa. Nosotros... no sentimos ese placer, ese gozo. También es cierto que no somos eminentes. Ni famosos escritores. Ni hemos vivido ese tiempo suyo en el que, quizá, la miseria, la pobreza, el hambre, el frío, provocaran esa reacción de placentera complacencia. Estos son otros tiempos.
Con esto no queremos tapar las crueldades de la sociedad de principios del siglo XXI. No. Los seres sin techo, de cuando en cuando, aparecen ateridos de frío por las aceras. O muertos. Los hay. ¿Para qué negarlo? Sería como negar que hay ricos y pobres. Sería como negar que unos animales se zampan a otros o negar que continuamente hay personas y animales en el mundo que mueren.
Lo decimos porque no hace falta ser un genio para ver la realidad y reconocer que, en el mundo, hay seres que no tienen techo y mueren. Insistimos en ello para que no puedan motejarnos de paniaguados realizando panégiricos de esta mierda de monarquía, de esta democracia capitalista. No, en absoluto, la mierda es mierda y huele que apesta. Nuestros sentidos están para algo.
Lo mismo que nuestro gato sentía el frío. Lo sentimos nosotros. Eso si, reconocemos que no es lo mismo, no lo sentimos con la misma viveza que el que no encuentra algún hueco, resquicio, ventana, alero, agujero... en un día, como el de hoy, en la calle: el frío, dentro de casa, no es el mismo que fuera, a la intemperie.
Nuestros ojos no se engañan. Vemos a la gente andar deprisa, subirse las solapas de los abrigos, cuando los tienen, ponerse guantes, gorros. Otros ir de puerta en puerta, acurrucarse formando un ovillo. Como se ovillaba, por otra causa, llorando, a la puerta del chalé, ayer, aquel niño caprichoso porque quería que su padre le comprara un caballo. Y su padre le decía que no se lo podía comprar porque estaban cerradas las caballerizas.
No es nada extraño que alguien que tenga frío intente resguardarse de él. Pero en la calle uno nos ha llamado la atención y a nuestro Silver, también. Se para un momento, solo un segundo y se traslada a otro resquicio. Siempre indeciso. De modo que apenas aguanta tres segundos, y no llegan, para regresar al punto de partida.
Ha arreciado el viento. Las banderas ondean agitadas con fuerza. Y las ramas de los árboles se agitan violentamente. Ahora el viento trae la nieve que es como arenilla. Da en la cara de las gentes que transitan, ahí, en la calle y su rostro se retuerce de dolor. La llaman rabia. Efectivamente es rabiosa. Casi aulla como el viento. De gozo al morder la carne.
Seguimos el ajetreo de ese que intenta cogerse a una obrigada. Hemos mirado al principio con curiosidad, luego con cierta inquietud, para desembocar nuestro espíritu en una cierta angustia. No querríamos estar en su pellejo. En varios segundos había cambiado de aposento varias veces. Se le veía cansado. No el cansancio de esos, a los que vimos en el barrio lujoso de La Ciudad Ducal, que llegaban sudando de correr varios kilómetros, por puro deporte, con sus chandales multicolores, relucientes. Y con la toalla al cuello. Tampoco el cansancio, de los que venían en sus bicicletas, se parecía a este cansancio. Aquel era producto del placer y este una lucha por la supervivencia.
El el viento, racheado, aumentaba por momentos. Daba en los cristales de nuestra ventana haciéndolos temblar. El gato de la casa miraba asombrado lo que ocurría fuera. Los pocos que pasaban por la calle lo hacía deprisa, sin mirar a ese que se movía con más lentitud cada vez, aunque la distancia era de pocos metros. Incluso cuando era arrastrado por el viento quedaba como desmadejado. Se le agotaban las fuerzas por momentos.
¿Por qué no se habría ido con los demás?... ¿Qué le obligó a quedarse ahí enfrente?... ¿Pensaría que algún otro podía venir a rescatarlo? ¡Inocente! A nadie le importaba nada. Los únicos interesado por su ir y venir éramos nosotros. ¡Ah!, y un gato callejero que estaba cerca de una alcantarilla.
Volvimos a recordar a Baroja. Lo sentimos. No embargaba nuestro morral espiritual ningún sentimiento de bienestar, alegría o gozo o placer, esta contemplación del sufrimiento de un ser vivo. Qué se le va a hacer. ¡Ojalá fuéramos como él!
Al final hizo un último esfuerzo, levantó el vuelo hacia un ventanal apoyándose en el viento, pero, con tan mala suerte que lo lanzó de bruces contra el cristal, cayendo en la acera, lo que aprovechó el gato para avalanzarse sobre el pardal o gorrión, llevándoselo entre los dientes.
Aún aleteaba cuando el minino se metió en el agujero de la alcantarilla.
-"Así es la vida, Don Juan", decía Machado.
Y recordando a su amada, añadía:
-"Y lo que yo más quería el viento se lo llevó".
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