Fausto:
¿Qué podrás dar tú, pobre diablo? ¿Pudo jamás ninguno de los tuyos comprender a un espíritu de hombre en su subleme anhelo? Tu ofreces manjares que no sacian; un oro rojo que sin descanso, semejante al azogue, de entre las manos se te escurre; un juego en el que nadia gana; una mocita que apretada contra mi pecho guíñale el ojo al vecino, y ese bello placer de los dioses, el honor, que cual un meteoro luego se desvanece. ¡Muéstrame el fruto que no se pudra antes de que lo arranquen y árboles que diariamente reverdezcan!
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Goethe: Fausto, escena cuarta, parte primera.
Traduce: Rafael Cansinos Asséns
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