VERSOS DE AMOR A UNA CAMARADA
No subamos tan alto
Si se vive en la vieja luna de los sueños
la evasión de suspiros y el muerto anhelo de las almas;
si es allí donde la inteligencia muere desvaída en luz;
si es allí donde las rebeldes voces callan
y los dolores del mundo tienen profunda negación de ámbito,
camarada mía, camarada encendida de fuegos
y de ascuas, no subamos tan alto.
Los trigos crecen hasta la altura de los brazos cansados de los trabajadores.
El espejo de los fogoneros es la boca encendida de las calderas.
Los olivos, y los manzanos risueños, y las vidas con zumo de sol de otoño
nutren los cuévanos avariciosos de los amos.
Esto es así, amante mía.
¡No subamos tan alto!
La luna es el país de los amantes fugitivos
donde los corazones viven la nada y el fuego de sus vuelos de tórtola.
A la luna se va, por las noches,
la vaguedad de suspiros que crecen en los pechos.
A la luna se van los pájaros sin nido, las almas,
el perfume de las flores de trapo,
las miradas perdidas, el amor vulgar de los domingos de los parques.
¡No subas tan alto!,
camarada, luchadora, fuerte amiga nuestra.
Y es así.
Las lágrimas de los pobres ruedan sobre la tierra;
las voces rebeldes de nuestros camaradas circundan la tierra.
Y todo es así, amor,
pero la tierra no es nuestra.
Las estrellas nos miran, pero no nos defienden.
Los ríos suenan a rumor de tropeles
y la primavera nos llama a vivir con alegrías de hermanos.
Dame tu amor; amemos, camarada;
que ellos vayan a la quieta luna
de las noches ociosas, que ellos vayan;
nosotros, no, que en la luna se sueña y en la tierra se lucha.
No subamos tan alto
Si se vive en la vieja luna de los sueños
la evasión de suspiros y el muerto anhelo de las almas;
si es allí donde la inteligencia muere desvaída en luz;
si es allí donde las rebeldes voces callan
y los dolores del mundo tienen profunda negación de ámbito,
camarada mía, camarada encendida de fuegos
y de ascuas, no subamos tan alto.
Los trigos crecen hasta la altura de los brazos cansados de los trabajadores.
El espejo de los fogoneros es la boca encendida de las calderas.
Los olivos, y los manzanos risueños, y las vidas con zumo de sol de otoño
nutren los cuévanos avariciosos de los amos.
Esto es así, amante mía.
¡No subamos tan alto!
La luna es el país de los amantes fugitivos
donde los corazones viven la nada y el fuego de sus vuelos de tórtola.
A la luna se va, por las noches,
la vaguedad de suspiros que crecen en los pechos.
A la luna se van los pájaros sin nido, las almas,
el perfume de las flores de trapo,
las miradas perdidas, el amor vulgar de los domingos de los parques.
¡No subas tan alto!,
camarada, luchadora, fuerte amiga nuestra.
Y es así.
Las lágrimas de los pobres ruedan sobre la tierra;
las voces rebeldes de nuestros camaradas circundan la tierra.
Y todo es así, amor,
pero la tierra no es nuestra.
Las estrellas nos miran, pero no nos defienden.
Los ríos suenan a rumor de tropeles
y la primavera nos llama a vivir con alegrías de hermanos.
Dame tu amor; amemos, camarada;
que ellos vayan a la quieta luna
de las noches ociosas, que ellos vayan;
nosotros, no, que en la luna se sueña y en la tierra se lucha.
Prisión y liberación
Si en esa hora hundida como pecho de niño enfermo
no se oyera un trino de tierra alondra amiga,
¿cómo podrían amanecer los limpios, claros, altos horizontes,
y hacernos jóvenes, y renovarnos fuerzas,
y abrirnos puertas de luz y sendas de norte hacia anhelosas cimas?
El roble es duro. ¿Quién no sabe
que el viento no mella sus duros troncos de sierpe?
Pero el hombre, el hombre...
hecho a vertientes, a contrastes, a claridad y sombra.
¡El hombre!
Sí, en la hora hundida de las tardes,
cuando se siente oscuridad de nieblas pesar sobre los hombros,
camarada, animosa, fuerte camarada, abre
tus brazos, aprisiona mi frente,
aclara dudas, tiñe las melancolías, acaricia
este débil temblor de malos aires nocturnos
y libértame pronto.
¿Quién no oye gemidos sobre las losas de las cárceles?
¿Quién no oye la congoja desolada de las madres
que tiene hijos y cajones vacíos, sin pan, sin nada?
¿Quién no oye una conciencia unánime de voces
pidiendo justicia a sus miserias,
a sus lacras, a su cieno, a su asquerosa vida de pobres?
Libértame pronto, camarada.
Que pase esta hora hundida de las tardes,
Y de tus brazos y de mi frente unidos
salga un amanecer de aliento: ¡Adelante!
(Frente Literario, número 2, 5 de febrero, 1934)
César M. Arconada
Si en esa hora hundida como pecho de niño enfermo
no se oyera un trino de tierra alondra amiga,
¿cómo podrían amanecer los limpios, claros, altos horizontes,
y hacernos jóvenes, y renovarnos fuerzas,
y abrirnos puertas de luz y sendas de norte hacia anhelosas cimas?
El roble es duro. ¿Quién no sabe
que el viento no mella sus duros troncos de sierpe?
Pero el hombre, el hombre...
hecho a vertientes, a contrastes, a claridad y sombra.
¡El hombre!
Sí, en la hora hundida de las tardes,
cuando se siente oscuridad de nieblas pesar sobre los hombros,
camarada, animosa, fuerte camarada, abre
tus brazos, aprisiona mi frente,
aclara dudas, tiñe las melancolías, acaricia
este débil temblor de malos aires nocturnos
y libértame pronto.
¿Quién no oye gemidos sobre las losas de las cárceles?
¿Quién no oye la congoja desolada de las madres
que tiene hijos y cajones vacíos, sin pan, sin nada?
¿Quién no oye una conciencia unánime de voces
pidiendo justicia a sus miserias,
a sus lacras, a su cieno, a su asquerosa vida de pobres?
Libértame pronto, camarada.
Que pase esta hora hundida de las tardes,
Y de tus brazos y de mi frente unidos
salga un amanecer de aliento: ¡Adelante!
(Frente Literario, número 2, 5 de febrero, 1934)
César M. Arconada
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