Monumento silente. Tosco islote.
Mojón que ignora todos los caminos.
Estela de ultratumba. Mazacote
exiliado del bosque y de los pinos.
Por tu arrabal de menhires amores
y juventud guiados por sus instintos
en tus huecos prometen nuevas flores:
tesoro divino en tus laberintos
que esconde sus nombres.
Busco agitado
tu cima, que está encima la emoción
de ser silueta abierta a la fracción
del sol en tu pezón fosilizado.
(Huellas del viento y del invierno crudo
hieren tu desnudez con fría escarcha)
Y un céfiro increpó: -Obelisco rudo,
que no puedes alcanzar mi suave marcha-.
Qué sereno le enseñas el arcano
destino que hallará su voz temprana:
-A qué tanto volar, vil tramontana,
si has de volver a mí cada verano-.
Viejo canchal, tu corazón se agrieta.
Al tiempo la humedad es enemigo.
¡Yo te haré temblar!; con pluma inquieta
versos haré para fingir tu abrigo;
y antes que duros soplen los afanes
de finales de siglo, que adivinos
presagien esparcir vientos divinos,
te vestirás con hilos de huracanes.
Tú eres dolmen y altar en la meseta,
atalaya y vigía a sierras bravas.
¡Dios te erigió en adorno de Las Navas
y en el templo caído anacoreta!
De pronto la noche, ese efímero nido,
la fuente remansa su agua, hay voces
en otro 'convento' ¡Oh ritos feroces!,
y sueñan tus piedras un verso dormido:
'Tu sombra juega en calles de durmientes,
la luna a tus roeles da su brillo,
y ante tanto esplendor dice entre dientes:
Dueño y Marqués eterno del Castillo'.
Roberto Campo Porto
(En la página 26 de la revista 'Caminar Conociendo', número 8 de julio de 2.000)
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