Danzas
por Jean-Joseph Rabearivelo
Un finísimo murmullo de tres guitarras,
y lejanos sones de tambores de madera,
y más cercanos cinco violines punteados
y las flautas perfectamente horadadas:
La muchacha avanza con paso gallardo, armonioso
y además, vestida de índigo: ¡doble amanecida!
Arrastrando lleva un lamba rosado
y en su cabellera luce una rosa silvestre.
¿Es un retoño de las altas hierbas o una frágil caña
que se estremece en el lindero del bosque?
¿Es una golondrina de los días apacibles
o una azulada libélula de las orillas del río?
La mujer-niña avanza con paso cadencioso;
enmudecida de repente por la dicha,
escucha arrebatada tres vihuelas, un tam-tam de madera,
unos tenues violines y algunas flautas.
Sus labios tiemblan como una sonora campana,
ved como brotan de ellos sin cesar los sueños;
esos sueños irresistibles que casi se truecan en lamentos,
¡para terminar más tarde en bellísimas canciones!
Y también la anciana late, se turba, se conturba
y viene ya acercándose para participar de la danza:
su falda multicolor por el polvo se arrastra,
de la misma manera que se arrastran sus días que terminan.
Pero no son canciones, ni lamentos
las llaves que han abierto su rostro:
lo humedecen lágrimas desoladas
al rememorar todos los muertos...
Su recuerdo... como una luna llena
próxima a hundirse en el océano celeste, a naufragar y ser invisible,
he aquí deshojándose la primavera
que no es ya más que una tumba de hojas muertas...
Y los dedos se encuentran;
los frágiles dedos de la mujer-niña
y los inertes dedos de la anciana,
son igualmente transparentes.
Se cruzan formando como un puente
que anlaza ya esos crepúsculos
que se levantan sobre las colinas
¡con la amanecida que el gallo anuncia!
Jean-Joseph Rabearivelo
(Presque-Songes, Tananarive, 1934)
'Caminar Conociendo' pag. 11, nº 8 julio del 2.000
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