ALTA FORESTA
No vengo a saquear los frutos
que tú en tus cimas imposibles brindas
al pueblo de los astros, la tribu de los vientos;
menos a arrancar tus flores, que nunca he visto,
por vestir o esconder acaso, vergüenza que ignoro alguna,
yo, hijo de las áridas colinas.
Pero me he acordado de pronto en mi último sueño
que estaba amarrada todavía con lianas de noche
la vieja piragua de las fábulas
que cada día mi infancia transportaba
de orillas nocturnas a orillas del alba,
del cabo de la luna al promontorio del día.
Remándola vengo, aquí a tu centro, vegetal montaña.
A interrogar he venido tu silencio absoluto,
por saber el lugar donde brotan los vientos
antes de abrir las alas, después manchadas,
manchadas por la hebra inmensa del desierto
y las trampas de villas habitadas.
¿Qué oigo yo, qué veo, oh alta foresta?
Sonidos perdidos que confluyen y se pierden de nuevo
como ríos subterráneos
cruzados por enormes aves ciegas
que se lleva la corriente apresurada
a enterrarlas en el cieno.
Es tu respirar, tu respirar profundo
y ya penoso como aquel del viejo
que remonta la cuesta del recuerdo
mientras baja la pendiente de sus días por cesar.
Tu respirar, y el de las aves incontables,
y el de las ramas pacidas por todo un mundo de apocalipsis.
Mas ¿qué puedo ver yo en tu noche sin color,
en tu noche más eterna que la muerte de los probos
y la vida de los míseros,
oh caverna de follaje con un extremo acaso al borde de los mares
y otro en el abismo del horizonte,
oh tú, semejante a un arco iris entre dos continentes?
No veré sino el sol que se debate—jabalí alanceado en los bosques del azur—,
jabalí de luz atrapado en las redes poderosas
que tú tiendes entre los frutos maduros y las flores perdurables,
allá arriba, allá abajo, en el límite extremo
donde el genio de la tierra y la fuerza del árbol pueden reencontrarse.
Más tarde, sin embargo, cuando días incontables
cual tus hojas sucesivas hayan caído ya en la eternidad
y las séptuples noches tupido siete veces —más— la noche de los tiempos,
mientras pueda recoger en flor amaneceres
en la copa del tallo cercenado de ocasos,
guardaré el recuerdo siempre de tu silencio y claridad extraños.
Serán como guijarros arrojados a la arena
que un viejo marinero recupera
y se lleva a casa, y allí los pone junto a la concha
de una prao en miniatura
comprada en isla lejana que sólo el sueño habita,
mas con cabañas orillando el mar.
Serán más bien bolas de ébano,
de madera de rosa u otra esencia preciosa
que pondré sobre mi mesa
donde tu recuerdo las esculpa paciente
para hacer fetiches con ojos de vidrio,
fetiches silenciosos en medio de mis libros.
(Extraído del blog 'Africa _ log. Blog de literatura africana')
Ya teníamos otra traducción del mismo poema
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